Parada obligada en Molina de Aragón

6 mayo | 2015 | Goodyear

Nos vamos de vacaciones

Antes de independizarme e irme a vivir a Madrid recuerdo con especial cariño un momento que se repetía año y tras año y que a mi hermana y a mí nos sorprendía siempre con tal ilusión que cada verano parecía que era la primera vez que vivíamos la noticia que decía así: “En cuanto empecéis las vacaciones de verano en el cole, nos vamos los cuatro dos semanas a Gandía”. En aquel entonces, allá por los 80, ésa era la frase capaz de descorchar la máxima explosión de sensaciones: verano, vacaciones, playa, familia, helados a diario…

 

El viaje

Vivíamos entonces en Azuqueca de Henares, muy cerca de Guadalajara. Las horas que nos separaban de la esperada Gandía ya eran en sí mismas un comienzo de vacaciones feliz. Recuerdo como si fuera hoy las playlist de mi padre en el coche, que nunca iban más allá de Nino Bravo o Raphael, por lo que, aún a día de hoy, tanto mi hermana Elisa como yo nos sabemos de principio a fin cada una de sus canciones. En la actualidad seríamos alumnas aventajadas en cualquier concierto de uno de estos artistas.

 

Como todo, en este trayecto también había un momento top, el más esperado sin contar con la llegada a la playa. Y ese instante llegaba poco después de pasar por Monreal del Campo, siguiendo por la carretera nacional rumbo a Teruel. A lo lejos, un castillo asomaba a mano izquierda, la señal de reducir a 50 kilómetros por hora, unas pocas curvas hasta llegar a… Molina de Aragón. Y es que lo que más nos gustaba de la parada en este pueblo, el más frío de la península en los meses de invierno, era ponernos las botas comiendo los pasteles más populares del lugar, las patas de vaca que comprábamos en la pastelería El Manolongo. No sólo nos dábamos el homenaje de estos dulces en la deseada parada de rigor a mitad del trayecto, sino que nos llevábamos nuestra ración para seguir degustándolos al llegar al que entonces era nuestro paraíso del verano.

Molina-Aragon-ok2

Este verano

Este año, después de unos cuantos veranos sin ir, vuelvo a Gandía. En lugar de ir con la familia y Nino Bravo de compañero musical, lo haré con amigos y seguramente con otra banda sonora. Pero si algo es sagrado, es parar en Molina de Aragón y degustar las patas de vaca, transportándome aunque sólo sea por un instante a aquellos dulces momentos de la infancia.

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