Recorre con Goodyear y Jordi Canal Soler las mejores sendas de montaña de este maravilloso parque catalán
La doble cima rocosa dels Encantats se refleja en las aguas tranquilas del Estany de Sant Maurici, los árboles de cuyos bordes empiezan a teñirse de tonos amarillos, ocres y naranjas. El otoño, en el Parque Nacional de Aigüestortes i Llac de Sant Maurici tiene algo de mágico, un punto de transformación y adaptación, como si la montaña y todos los seres que habitan en ella se despidieran de la frenética actividad de la primavera y el verano y se prepararan para el frío y calmo invierno.
De todas las estaciones del año, el otoño ofrece las mejores posibilidades para visitar este Parque Nacional, el único de Cataluña. Hay muchos menos visitantes que en verano, las temperaturas son más frescas y los animales se dejan ver con más facilidad. A primera hora de la mañana no es raro ver algún corzo huidizo que se escabulle entre los matorrales o se aleja en la frondosidad del bosque.
En las laderas de las montañas, ahí donde la roca desnuda se transforma en una rampa de hierba, las manadas de gamuzas parecen tomar el sol de media mañana, esperando a que suba la temperatura para remontar la empinada cuesta hacia la seguridad de la piedra. Y al mediodía, cuando el sol ya ha calentado suficientemente el aire, levanta el vuelo el buitre, que traza círculos por encima de las montañas buscando alguna carroña con la que alimentarse. Pueden ser animales feos, pero su vuelo es sin duda de los más majestuosos del mundo animal.
Otoño es también la mejor época para recorrer las sendas de montaña. Hay más de mil kilómetros de ellas recorriendo las más de 40.000 hectáreas de superficie del Parque. Y dispersos por esta superficie (es el quinto Parque Nacional más grande de España), el excursionista tiene a su disposición una docena de refugios en los que parar a comer algo o cenar y dormir para seguir al día siguiente. No hay nada tan relajante como dormir en alta montaña, en la comodidad de un refugio del Parque, sabiendo que después de cenar uno puede salir afuera a contemplar como el cielo se va apagando y se transforma, en poco tiempo, en un campo de estrellas sin contaminación lumínica. Por la mañana la actividad empieza temprano, antes de salir el sol, y cuando ya se ha desayunado y repuesto fuerzas, el amanecer empieza a teñir los picos de las montañas con su luz rojiza y dorada.
El agua, en Aigüestortes
Los caminos del parque se pueden enlazar para descubrir picos y lagos como los de Ratera, Amitges, Negre, Cavallers… y a causa de la especial orografía glaciar de sus valles, varias agrupaciones de lagos que parecen cuentas de perlas desde lo alto de las montañas: Colomers, Saboredo, Gerber… El agua, en Aigüestortes, es la protagonista, y se cuentan hasta 200 lagos y estanques y varios ríos que, como su nombre indica, son de “aguas tortuosas”.
Cuando a finales de otoño el frío ya arrecia empiezan las primeras nevadas y los picos de los tresmiles del parque empiezan a emblanquecerse. Es el preámbulo del invierno. En pocas semanas los árboles caducifolios acabarán de perder todas las hojas. El hielo empezará a aprisionar el agua en ríos y lagos, y un manto de nieve empezará a cubrir las anchas ramas de los pinos y abetos, las faldas de los montes y los prados alpinos.
Pero eso ya será otra estación del año… y otra historia.
Nacido en Barcelona en 1977, es un aventurero, escritor y fotógrafo especializado en viajes. Tiene un par de libros de viaje publicados: TIERRAS DEL NORTE (Nova Casa Editorial 2016) sobre un viaje por Alaska y el Yukon y VIAJE AL BLANCO (Editorial UOC 2014) sobre una expedición al Polo Norte. Además, ha colaborado en otros seis libros, participa habitualmente en varios programas de radio de viaje, ha publicado más de un centenar de artículos en diferentes revistas especializadas y es reportero de viajes en NewsCat TV.