Entra y conoce con Goodyear y Víctor Gómez “Machbel” la interesante historia de Luis de Góngora, el ilustre poeta español que tuvo una vida llena de viajes y poesía.
Todos conocemos el nombre de Luis de Góngora, su fama como poeta del Siglo de Oro, su importancia como máximo exponente de la corriente culterana o su enemistad con otro de los grandes de su tiempo, Francisco de Quevedo.
Son muchas las historias que rodean a su persona, unas ciertas, otras quizá más fantasiosas, y muchas veces es la realidad la que queda disminuida, apartada u olvidada.
La realidad que hoy os traigo es la relación que el ceñudo Góngora, serio y altivo como se le representa en su retrato más conocido, tenía y sigue teniendo más allá de la muerte con su querida Córdoba.
No se hace difícil imaginarlo paseando, corriendo, jugando en su infancia en calles empedradas, estrechas, brillantes por el blanco de las paredes, mientras el olor dulce de las flores llena el ambiente. Un niño despreocupado que desconocía el futuro que le esperaba.
El destino lo trasladó a Salamanca para sus estudios, donde comenzó a resaltar como poeta por encima de su preparación como clérigo. Desde ahí, y con base en Córdoba, las siguientes décadas las pasó viajando, persiguiendo el beneplácito y la aceptación de la Corte y olvidando la hermosa ciudad que lo había visto nacer. Más aún, el poeta siente un gran apego hacia otra ciudad, Granada, que en su interior pesa como traición hacia Córdoba.
Es la necesidad de redención la que mueve principalmente a un hombre tan capaz con la pluma a cantar un soneto silencioso de palabras de papel a la idea de una ciudad que le ha visto nacer, crecer, evolucionar como poeta, enfermar y morir. La misma a la que es indigno de mirar, porque es consciente de que ha traicionado a sus murallas, sus torres, su catedral, sus hermosos parajes naturales, incluso a su literatura y su historia en favor de las comodidades, los favores y las conspiraciones cortesanas, sitas por aquel entonces en Valladolid.
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!
¡Si entre aquellas rüinas y despojos
que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,
nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!
Córdoba: destino final
Enfermo y endeudado hasta las cejas, retornó Góngora a la Flor de España, decepcionado con la conclusión de todos sus viajes y esfuerzos para ser aceptado en la Corte, cuestión que podríamos llamar su gran obsesión. Y ahí, de nuevo, lo recogió y cuidó Córdoba. Su familia lo protegió y le permitió centrarse en la creación de su obra literaria, que nunca editó en vida.
El soneto que hemos leído da también una pista que el propio Góngora parece no querer admitir en voz alta: por mucho que persiguiera la Corte durante décadas y centrara todos sus esfuerzos en ella, en el fondo, toda la belleza de Córdoba, la que expone al principio del poema, le acompaña en todo su viaje. Ha ido siempre con él en su memoria y nunca será capaz de olvidarla, porque esta ciudad te atrapa, te embelesa y te acompaña el resto de tus días, como una compañera constante que no te exige más fidelidad que la de su recuerdo. Y su benevolencia hace que seas tú mismo quien acabe volviendo a vivirla otra vez.
Góngora nació y murió en Córdoba. Y en la capilla de San Bartolomé, Córdoba cuida del sepulcro del poeta, de su nombre y de su historia.
Fotógrafo y blogger de viajes profesional, mi pasión son los viajes. Me encanta descubrir nuevos lugares, perderme en la naturaleza o en las grandes ciudades, para guardarme esos buenos recuerdos en forma de fotografías y de experiencias que comparto a través de mi blog de viajes.
?
